jueves, 11 de septiembre de 2008

Santos Tomás de AquíNo

AquíNo. No, No, AquíNo iba a ocurrir. Y menos con Santos Tomás, tras su epístola a los arquitectienses en la etapa platónica preelectoral, pregonando la idoneidad de las Ideas para todos los aconteceres relativos a la edilicia, urbanidad-ando con la misma, potenciando la discusión de las mismas mediante brillantes debates públicos, juicios argumentados y crítica, tal y como queda reflejado en sus Nueve tratados en la forma de disputas académicas.
Y hete AquíNo, que como patrono católico de todos los centros de educación del mundo, declarado el 4 de agosto de 1880 por el Papa León XIII, un día decidió negociar invintando a unos amiguetes de pensamiento, para concursar a la ejecución de dos inocentes guarderías en la ciudad, y así educar a los pequeños en esta cultura tan nuestra del chanchullo y la chapuza, predicando con el ejemplo.
Y es que claro, AquíNo, en este momento, con el pupitre de mando caliente, se encuentra en su segunda etapa de reflexión, más aristotélica, toda una síntesis de los problemas filosóficos más discutidos (fe–razón, creación, política).
Fe, la que hay que tener para creer sobre la limpieza del negociado; Razón la que tienen todos los que protestan, pero, "qué chorra más da, tiramos palante"; Creación increible la de los invitados a negociar porque tienen el don de hacerlo sin tan siquiera conocer el plano del solar y en un tiempo récord; y Política, para ellos.
Con lo que no contaba Santos Tomás es que un anti-spam, le dejara con las posaderas al aire.
Pero si os fijáis bien en la foto de prensa aparecida hoy mismo, su mirada ratifica lo escrito en sus trabajos Doce disputas quodlibetales y Ocho tratados sobre teología. También se puede observar que porta la maqueta de una de las escuelas infantiles en una mano, y en la otra el pliego de prescripciones técnicas del negociado invitado lleno de erratas, cortas y pegas por doquier, tipografías y tamaños de fuente diversos, y planos invisibles.
Habrá que volverse aristotélico, porque de platónico no hay manera de comerse un rosco.

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